
En otro post os hable sobre la decoración Zen y un elemento que podeís añadir a este tipo de decoración son
los Bonsáis. A continuación os contaré cual es su origen como són y como cuidarlos.
Durante siglos la posesión y el cuidado de los bonsáis estuvo
ligado a los
nobles y a las
personas de la alta sociedad. Según la tradición, aquellos que podían conservar un árbol en maceta tenían asegurada la eternidad. Así fue como los monjes disponían los árboles pequeños en vasijas a lo largo de las escaleras de los templos y hasta eran fuente de adoración. De este modo, los bonsáis también aportaban un toque decorativo a los templos.
Un bonsái
no es una planta genéticamente empequeñecida. Se mantiene pequeña dándole forma, podando el tronco, las hojas y las raíces cada cierto tiempo, dependiendo de la especie. Si se cultiva adecuadamente, sobrevivirá el mismo tiempo que un árbol normal de la misma especie, pero si lo hacemos de forma incorrecta, probablemente morirá.
En general, cualquier especie arbórea o arbustiva puede ser cultivada como bonsái, pero
las más apreciadas por los aficionados son aquellas que poseen las
hojas pequeñas de forma natural y además son resistentes al cultivo en maceta, como por ejemplo, las especies de los géneros: Acer (arce), Pinus (pino silvestre), Ulmus (olmo), Ficus (higuera), Olea (olivo), etc.
Es conveniente cultivarlos en el exterior durante todo el año. En el caso de las especies tropicales y subtropicales, éstos han de protegerse de las temperaturas bajas durante la época más fría, protegiéndolos en un invernadero frío muy bien iluminado. En todo caso, si se cultiva en el interior de casa, debe estar lejos de fuentes de calor y junto a una ventana muy luminosa, sin sol directo, sólo durante la época fría del año (otoño/invierno).
Se ha de regar cuando la superficie de la tierra comienza a secarse y de forma abundante, es decir, hasta que salga por el drenaje. Esto suele suceder dependiendo de muchos factores (época del año, clima de la zona, actividad del árbol, situación,

etc.) y, por tanto, el riego puede ser necesario varias veces al día en verano o cada dos o tres días en invierno.
Regaremos con una
regadera de agujeros finos, para así aportar más oxígeno, evitar degradar el sustrato y no alterar su granulometría ni el drenaje del mismo. La primera vez, humedeciendo la tierra por encima y una segunda vez al cabo de unos minutos, a fondo, hasta que el agua salga por los agujeros de drenaje de la maceta, evitando el encharcamiento de la tierra.